sábado, 27 de junio de 2009

Lo perverso visto por Alberto H. Montenegro, desconocido poeta ecuatoriano


La perversión tiene dos vías y dos destinos: el crimen y el arte. Gracias a ese curioso artilugio humano que es la negación, por el cual la existencia se vuelve soportable y hasta significativa, la mayoría de la gente consigue enterrar sus depravaciones y vicios en el fondo de su alma de tal manera que no vuelve a meterse con ellas. Vivimos así, considerándonos diferentes y superiores a esos desviados que gozan con el dolor de los demás, con las infinitas expresiones y formas de la maldad o con la podredumbre del cadáver propio o ajeno.

Pero eso es, esencialmente, como todo lo que constituye el disfraz moral de las personas, una falsedad. Debajo de nuestros honorables ropajes se agazapa un esqueleto, un zombie que se llama infancia. En el fondo, todos reconocemos el particular hedor de nuestra historia personal, aunque corramos a perfumarlo.

Cuando no se logra retener esa fuerza interna, el perverso infantil que vive en nosotros se desboca, entra en tratos con la estupidez y finalmente opta por el crimen. Mas, si no somos idiotas, reconocemos ese otro camino generoso, dispuesto ante nosotros con asombrosa y resplandeciente claridad: crear y recrearse.

Las peores pasiones son el neuma del artista. Aquel que niega su perversión es un poeta falso, un mediocre y un mentiroso que se atraganta con su propia y minúscula verdad. Solo el que se mira y se estudia con asco, solo el que se asusta de sí mismo tiene derecho a erigirse con salvaje potencia. Solo ese es un artista.

Esto es brutal. Es devastador, pero es verdadero. Quien no ha soñado en matar a su padre no ha vivido nunca, por más que se drogue con los licores más embriagantes o haya viajado por todos los países y leído todos los libros del mundo. Si el borracho, en su delirio, sueña con volver a los brazos de su mamacita, no es nada más que un borracho asqueroso.

Que ésta sea la única verdad de mi vida y mi mente no es un rasgo enfermizo. Es una muestra de horrible lucidez.

Es lamentable el gusto académico por las cosas. La estúpida sensibilidad de la clase media, el miedo a la destrucción y al estruendo. Es repugnante la pequeñez del que busca ubicar su nombre en el mundo simulado de los intelectuales, llegar a ser un individuo respetable y amar a su patria. O dejar un legado a las generaciones posteriores.

No, eso no es ni crimen ni arte. Es vanidad y miedo.

El que no se ha mirado con odio al espejo, no ha visto y no tiene ojos.

Por eso lo peor, lo más sucio y repulsivo, me atrae como el más hermoso sol. Sé que esa es la única vibración de la que es capaz el espíritu humano. Al comprenderlo, uno solo puede entregarse al descontrol. Entonces se halla una extraña paz, semejante al sueño inquieto que sobreviene a las fiebres intensas. Únicamente el corrompido puede llamarse con justicia humano y considerarse vivo.

Yo, desvelado, he hallado por fin en mi interior esa forma perfecta que fui, esa criatura bellamente monstruosa que no cesa de reír y corroer.

Alberto Montenegro

viernes, 26 de junio de 2009

Giallo

Escena de "La dama rossa uccide sette volte" de Emilio Miraglia

En italiano significa "amarillo". El nombre de este género se refiere al color de la portada de libros populares de misterio y de suspenso que se vendían en Italia durante la década del 50. Los temas que trataba este tipo de literatura siempre rodeaban la idea de un misterioso asesino que mata de maneras inventivas a sus víctimas, una especie de Agatha Christie con más gore y sexualidad.

Este género se llevó por primera vez a la pantalla en 1963, el director Mario Bava dirigió su "La ragazza che sapeva troppo" (La muchacha que sabía demasiado), título que hace referencia a "The man who knew too much" (El hombre que sabía demasiado), película realizada por Alfred Hitchcock.

En la cinta se cuenta la historia de Nora Davis, una joven americana que viaja a Roma para disfrutar de sus vacaciones. La película tiene presente la voz de un narrador, el cual está en la imaginación de Nora, quien es una fanática de las novelas de suspenso. La joven es testigo de un asesinato en Plaza de España en medio de la noche, nadie le cree lo que vio, pero ella comenzará a investigar hasta dar con el asesino o hasta que se convierta en una víctima del mismo.

"La muchacha..." fue una película que tuvo cierto nivel de aceptación en el público italiano, no fue un éxito rotundo en taquilla, pero logró que Bava consiguiera hacer más películas de este género en los años siguientes. "Sei donne per l'assassino" (Seis mujeres para el asesino) sería el siguiente giallo que se produciría, el primero en el que se utilizó el color. Este género le debe mucho a Mario Bava, quien era un camarógrafo experto, muchos dicen que era el mejor cinematógrafo del cine italiano de la época.

Desde "Seis mujeres...", los giallos se caracterizarán por los colores primarios fuertes, ya sea en la iluminación como en los vestuarios o en los decorados. Los rojos son muy importantes, la sangre es un elemeto infaltable en un giallo. Los colores piel también están presentes, la desnudez femenina es abundante.

Lo sobrenatural siempre está presente, pero casi siempre lo inexplicable tiene una explicación lógica al final. Adoro una de sus excepciones: "Il rosso segno della floglia" del mismo Bava, quien no dejó de reinventar el género cada vez que realizaba un nuevo giallo.

Nótese también los complejos y divertidos títulos de algunos giallos:
  • Un hacha para la luna de miel
  • Cinco muñecos para la luna de agosto
  • Lagartija en piel de mujer
  • Los cadáveres presentan marcas de violencia sexual (conocida en EEUU como "Torso")
  • Tu vicio es una habitación cerrada y solo yo tengo la llave
  • La noche que Evelyn salió de la tumba
  • La dama de rojo asesina siete veces
  • Desnuda para tu asesino
  • No tortures a un Pato Donald
  • Siete orquídeas manchadas de rojo
  • El pájaro de las plumas de cristal
El director de "El pájaro" sería reconocido como el mejor y más prolífico director del género, de hecho, es el único que sigue realizando películas de este tipo regularmente, su siguiente película se llamará (no se sorprenda) "Giallo". Hoy en día el estilo ha cambiado, así como la forma de hacer cine, pero la premisa continúa siendo la misma. Argento se caracteriza por la utilización de la cámara subjetiva que lo pone al espectador en el lugar del asesino, quien siempre utiliza guantes de cuero negros (blancos en una de sus últimas películas).

Vale la pena buscar los giallos de los directores Lucio Fulci (padrino del gore), Sergio Martino, Andrea Bianchi, Luigi Cozzi, Michele Soavi, Lamberto Bava y Emilio Miraglia.

El género perdió popularidad debido a la cantidad de películas malas que aparecieron durante su auge, no les será dificil conseguir más cintas de este tipo, si las buscan un poco. Fijense bien en los ridículos doblajes que tienen algunas, el cine en Italia en la época se rodaba sin audio en el set, se lo fabricaba luego del montaje final.

También vale mencionar que el género del Slasher norteamericano le debe mucho a estas películas italianas, ya que fueron las primeras en atreverse a mostrar asesinatos hiper-realistas (a pesar de sus limitaciones en presupuesto que derivaban en limitaciones en efectos especiales).



"Sei donne per l'assassino" en Bravo's 100 scariest movie moments.

martes, 16 de junio de 2009

Historia del género zombie


La mayoría de la gente no sabe de dónde nace el género zombie en el cine y la verdad es que es muy interesante descubrir que se remonta muy atrás en la historia. Encontramos un post con una reseña muy detallada acerca del tema y ahora lo compartimos con ustedes, muertos vivientes e internautas. (No se hagan ilusiones, no nos vamos a poner a investigar y a pensar y a escribir por nuestra cuenta todavía, para eso está el Interné)


Nerdsallstars: Zombies

Su concepción moderna se definió en 1968, cuando George A. Romero estrenó La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead). La película produjo una ruptura en el género y definió un nuevo colectivo de cine de terror, quizás el único auténticamente salido del celuloide: los muertos vivos.

El film de Romero enterró a los pobres diablos hipnotizados con magia vudú y resucitó a los ejércitos de muertos de la Baja Edad Media en clave tecnocrática. Y claro: atrás vinieron toneladas de películas gore llenas de tripas y escopetazos a la cabeza, cada cual más berreta que la anterior. Azuzados por Dario Argento, en los 70 los italianos hicieron con los zombies lo que en la década anterior habían hecho con el western: una industria clase B (todavía da gusto ver en Zombie 2, la película de 1979 de Lucio Fulci, una memorable pelea acuática entre un zombie y un tiburón). En los 80 el cine-zombie volvió a Estados Unidos y en los 90, combinando cámaras caseras, un par de amigos y diez kilos de molleja, estas películas se esparcieron por todo el mundo. Hoy están por todos lados. “El punto es que se han convertido en un nuevo tipo de monstruo, y es idiomático –dijo Romero en una entrevista de febrero de 2008-. Supongo que pronto aparecerá un zombie en Plaza Sésamo, enseñándoles a los chicos a contar”.

La noche de los muertos vivientes produjo una ruptura en este sentido: se pasó de unos pocos tipos en trance dominados por un brujo vudú a centenares de auténticos cadáveres que resucitan y atacan a los vivos para comérselos. Aunque los términos tienden a ser intercambiables, zombies y muertos vivos siguen dos herencias culturales diferentes. Es la industria cultural la que todo lo mezcla.



Los muertos caminando entre los vivos no son un invento del cine. En casi todas las tradiciones folklóricas hay relatos de muertos que entran en contacto con los vivos, sea para atacarlos, advertirles o simplemente hacerse notar. Piénsese en los revenants del medioevo europeo, draugr en la mitología nórdica, en el Poema de Gilgamesh sumerio: “Quebraré las puertas del mundo inferior/ Yo levantaré los muertos roídos y vivos/ Para que los muertos superen a los vivos”. Y la broma de que Jesús resucitó y se volvió zombie está gastadísima: en Futurama explican que en el siglo XXXI exclamar “¡Santo Jesús Zombie!” ya es un arcaísmo.

Hay varios orígenes posibles para la palabra “zombie”. Los más factibles: jumbie, antigua palabra caribeña para “fantasma”, o nzambi, que en kikongo quiere decir “espíritu de un muerto”. Probablemente la primera referencia en la literatura occidental sea Le zombi du grand Pérou, novela de 1697 del francés Pierre-Corneille Blessebois. Cien años después, en 1797, Médéric Louis Elie Moreau de Saint-Méry publicó Description topographique et politique de la partie espagnole de l'isle Saint-Domingue, libro sobre lo que hoy es Haití; allí usó la palabra "zombie" para referirse a los revenants: los aparecidos. El libro explicaba que en algunas partes de la isla los esclavos enterraban a sus muertos, cosa que tenían prohibido. Como lo hacían a las apuradas y no podían sepultarlos a demasiada profundidad, en ocasiones las inundaciones sacaban los cadáveres a la superficie. Es un gran origen para el mito.

El primer libro que parece haber tenido verdadera incidencia sobre la imaginación occidental fue La isla mágica, de 1929, obra del periodista y multifacético narrador William Buehler Seabrook sobre sus aventuras en Haití. Seabrook, de una pluma envidiable, no ahorraba detalles sobre magia negra, rituales vudú, banquetes de carne humana y sangre. El segundo capítulo de La isla mágica lleva un título bien explícito: “Muertos trabajando en los campos de azúcar”.

Después de todo, en Haití hay una ley de 1835 –todavía en vigencia- que prohíbe convertir a las personas en zombies. O al menos, es lo suficientemente ambigua como para dejar volar nuestra imaginación etnocéntrica: el artículo 246 del Código Penal Haitiano califica como intento de asesinato la administración de sustancias que provoquen un período de letargo prolongado.

La creencia del vudú afro-caribeño de que un bokor puede robarle el alma a alguien y convertirlo en esclavo fue siempre un asunto incómodo para las investigaciones médico-etnográficas. En 1937 la antropóloga norteamericana Zora Neale Hurston, discípula del Franz Boas y Ruth Benedict, dio con el caso de Felicia Felix-Mentor, quien había muerto en 1907 y a la que los pobladores todavía veían vagando por las calles de Haití. Hurston investigó el episodio bajo la premisa de que los rituales del vudú esconden un conocimiento aún ignorado por la medicina occidental (sus escritos sobre folklore son también célebres por haber cuestionado la construcción de las estructuras narrativas cuando se incluyen relatos orales: cuando uno la examina de cerca, empieza a pensar que su obra está más cerca de Virginia Wolf que de Margaret Mead).

Décadas después, el antropólogo y etnobotánico canadiense Wade Davis concluyó que los chamanes vudú pueden convertir a personas (vivas) en zombies usando dos tipos de polvo que ingresan al torrente sanguíneo regándolos en alguna herida. Los rituales solo son parte de la puesta en escena. Sugestión o algo semejante.

El primer polvo, coup de poudre, contiene tetradotoxina (TTX), una neurotoxina –la misma del fugu- que interfiere en la conductividad neuromuscular, produce parestesia, parálisis general y eventualmente lleva a la muerte (no se conoce antídoto). Una dosis semiletal puede dejar a una persona en estado de muerte aparente por varios días, aunque conciente; de ahí los relatos de quienes permanecen inmóviles mientras son enterrados. La tetradotoxina bloquea los canales de sodio en músculos y células nerviosas. Y, curiosamente, el folklore haitiano dice que para volver a un zombie a sus cabales hay que echarle sal.

El segundo polvo consiste en alucinógenos disociativos, como datura (plantas florales de la familia de las solanáceas), que hacen que la víctima parezca no tener voluntad propia. El caso más conocido es el de Clairvius Narcisse, un haitiano fallecido y enterrado en 1962, pero que un bokor convirtió en zombie y obligó a trabajar en una plantación junto a otros zombies-esclavos. El brujo murió en 1964 y entonces, ya sin su dosis de drogas pero con el cerebro frito, Narcisse pasó años vagando en el cementerio como todo buen zombie. Volvió con su familia en 1980.



Davis hizo dos libros con todo esto: La serpiente y el arcoiris (1985, llevado al cine por Wes Craven en 1988) y Passage of darkness: The ethnobiology of the Haitian zombie (1988), donde argumentó que la zombificación es una forma de control social de elites rurales secretas de ex-esclavos.

Las afirmaciones de Davis siguen tomándose con escepticismo en los círculos científicos. El farmacólogo C. Y. Kao, una autoridad en tetradotoxina, habló por entonces de “un premeditado caso de fraude científico”. El antropólogo Robert Lawless destacó en 1989 lo endeble de las investigaciones de Davis y destacó que sus libros -donde se describe casi como Indiana Jones- dieron pie a un nuevo insulto de Hollywood a Haití.

Por lo demás, no se sabe de ningún laboratorio que haya fabricado un zombie en sus instalaciones. Y ya lo dice el bien establecido principio científico: si no se puede replicar, no está demostrado.

El cine plasmó todas estas figuras de brujos, plantaciones, negros y esclavos en filmes como White zombie (1932), Revolt of the zombies (1936), King of the zombies (1941), Revenge of the zombies (1943), I walked with a zombie (1943), Voodoo man (1944), Zombies on Broadway (1945), Zombies of Mora Tau (1957), La plaga de los zombies (The plague of the zombies, 1966). Pero la película de Romero barrió esta tradición de un golpe: ya no había drogas, hipnosis, magos o plantaciones. Los muertos estaban muertos en serio, algunos no eran más que huesos podridos, los partían al medio y seguían andando. Nadie los controlaba –casi siempre eran producto de un experimento fallido- y su único interés era comerse a los vivos. No eran zombies, sino muertos vivos.

Estas criaturas hunden sus raíces en los ejércitos de muertos de la Baja Edad Media. Durante buena parte de su existencia el cristianismo no prestó demasiada atención a los muertos del montón: sólo importaban santos y mártires, los grandes hombres. Preocupada por el alma más que por el cuerpo de los fieles, la sepultura de los restos materiales no era como tirar la basura pero por ahí andaba. Recién hacia el siglo XI se puso mayor atención en cristianizar el culto a los muertos. La Fiesta de Todos los Santos, por ejemplo, se instituyó entre 1024 y 1033. En el siglo XII el cristianismo recuperó una creencia descartada en sus primeros siglos de vida: los aparecidos.

Y en la misma época, curiosamente (o no tanto), se multiplicó una figura casi desconocida hasta entonces: el ejército de los muertos.

Las apariciones colectivas de muertos inundan la literatura de ese período. Son viejas tradiciones que, más allá de pocas excepciones (alguna oscura alusión de Cornelio Tácito en Germania), apenas se mencionan en textos eclesiásticos anteriores al siglo XI. Durante los siglos XI-XII la Iglesia intentó cristianizar esta creencia, convertirla en una suerte de purgatorio ambulante: los muertos vagaban porque limpiaban alguna pena, porque no habían ganado aún su entrada al cielo. Pero entonces se inventó el purgatorio como “lugar” y los muertos ambulantes perdieron una buena razón de ser. ¿Qué pasará ahora, que el Papa Benedicto XVI estableció que el Purgatorio no existe como lugar? ¿Saldrán los zombies a jugar a la ronda, junto a los niños no bautizados?

En Historia eclesiástica, escrito hacia 1140, el cronista inglés Orderic Vital describió la aparición a un sacerdote normando de nombre Guachelme, en 1091, de un ejército de muertos al que llamó "Familia Herlechini": la mesnada Hellequin. En el siglo XII, sobre todo en Francia, se repiten relatos sobre la mesnada Hellequin. El poeta Helinando de Froidmont escribió: “El pueblo afirma que las almas de los muertos, llorando sus pecados, acostumbran a aparecer con sus ropajes de vivos: los campesinos vestidos de campesinos, los caballeros de caballeros...”.

Tiempo después se sumó la idea de que era el Rey Arturo quien guiaba a los muertos. El inquisidor dominico del siglo XIII Esteban de Borbón transcribió el nombre “popular” del ejército de los muertos: familia Allequin vulgariter vel Arturi. Ya por entonces no se hablaba de purgatorios ni de penas; el ejército de los muertos refería a una cacería demoníaca. La intervención de Borbón –que asocia el ejército de muertos a los demonios y lo relaciona con las tentaciones carnales- es parecida a la de Romero: rompe el género. A partir de sus definiciones, entre los siglos XIII y XIV se forma el concepto eclesiástico del aquelarre de las brujas.

Salto de siglos. Con su novela Drácula (1897), Bran Stoker popularizó el término no-muerto (undead) y aunque los muertos vivos son no-muertos, no todos los no-muertos son muertos vivos: hay vampiros, momias y engendros varios (la criatura de Frankenstein, por ejemplo, a pesar de estar hecha de cadáveres, no es un muerto vivo). H. P. Lovecraft escribió varias historias sobre no-muertos (la más conocida, “Herbert West: reanimador”, sobre un estudiante de medicina que inventa una fórmula reanima-cadáveres; la versión cinematográfica de 1985, Re-animator, dirigida por Stuart Gordon, ya es de culto).

Y en 1954 se publicó Soy leyenda, novela del norteamericano Richard Matheson sobre la tediosa vida de Robert Neville, el supuesto último humano del planeta, sobreviviente a una pandemia bacteriológica y rodeado de zombies-tipo-vampiros que salen por la noche. Tuvo dos versiones no oficiales en cine: El último hombre sobre la tierra (The last man on Earth, 1964), con Vincent Price, y The Omega man (1971), con Charlton Heston. Y una versión oficial, entretenida aunque no muy fidedigna del texto de Matheson: Soy leyenda (I am legend, 2007), con Will Smith interpretando un Robert Neville tan negro como el Ben de La noche de los muertos vivientes.



Y aunque zombies y muertos vivos respondan a dos tradiciones diferentes, en general los términos son sustituibles: zombie es la manera graciosa de llamar a los muertos vivos.

La entrada oficial de la palabra “zombies” al canon de muertos vivos (menos ñoñamente: la primera vez que se habla de “zombies” en la saga de Romero) sucede recién en Tierra de los muertos (2005). Paul Kaufman (interpretado por Dennis Hopper), un empresario despiadado que dirige la ciudad feudal amurallada y marcadamente estratificada, exclama:

- ¡Zombies, viejo! ¡Me ponen los nervios de punta!