martes, 16 de junio de 2009

Historia del género zombie


La mayoría de la gente no sabe de dónde nace el género zombie en el cine y la verdad es que es muy interesante descubrir que se remonta muy atrás en la historia. Encontramos un post con una reseña muy detallada acerca del tema y ahora lo compartimos con ustedes, muertos vivientes e internautas. (No se hagan ilusiones, no nos vamos a poner a investigar y a pensar y a escribir por nuestra cuenta todavía, para eso está el Interné)


Nerdsallstars: Zombies

Su concepción moderna se definió en 1968, cuando George A. Romero estrenó La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead). La película produjo una ruptura en el género y definió un nuevo colectivo de cine de terror, quizás el único auténticamente salido del celuloide: los muertos vivos.

El film de Romero enterró a los pobres diablos hipnotizados con magia vudú y resucitó a los ejércitos de muertos de la Baja Edad Media en clave tecnocrática. Y claro: atrás vinieron toneladas de películas gore llenas de tripas y escopetazos a la cabeza, cada cual más berreta que la anterior. Azuzados por Dario Argento, en los 70 los italianos hicieron con los zombies lo que en la década anterior habían hecho con el western: una industria clase B (todavía da gusto ver en Zombie 2, la película de 1979 de Lucio Fulci, una memorable pelea acuática entre un zombie y un tiburón). En los 80 el cine-zombie volvió a Estados Unidos y en los 90, combinando cámaras caseras, un par de amigos y diez kilos de molleja, estas películas se esparcieron por todo el mundo. Hoy están por todos lados. “El punto es que se han convertido en un nuevo tipo de monstruo, y es idiomático –dijo Romero en una entrevista de febrero de 2008-. Supongo que pronto aparecerá un zombie en Plaza Sésamo, enseñándoles a los chicos a contar”.

La noche de los muertos vivientes produjo una ruptura en este sentido: se pasó de unos pocos tipos en trance dominados por un brujo vudú a centenares de auténticos cadáveres que resucitan y atacan a los vivos para comérselos. Aunque los términos tienden a ser intercambiables, zombies y muertos vivos siguen dos herencias culturales diferentes. Es la industria cultural la que todo lo mezcla.



Los muertos caminando entre los vivos no son un invento del cine. En casi todas las tradiciones folklóricas hay relatos de muertos que entran en contacto con los vivos, sea para atacarlos, advertirles o simplemente hacerse notar. Piénsese en los revenants del medioevo europeo, draugr en la mitología nórdica, en el Poema de Gilgamesh sumerio: “Quebraré las puertas del mundo inferior/ Yo levantaré los muertos roídos y vivos/ Para que los muertos superen a los vivos”. Y la broma de que Jesús resucitó y se volvió zombie está gastadísima: en Futurama explican que en el siglo XXXI exclamar “¡Santo Jesús Zombie!” ya es un arcaísmo.

Hay varios orígenes posibles para la palabra “zombie”. Los más factibles: jumbie, antigua palabra caribeña para “fantasma”, o nzambi, que en kikongo quiere decir “espíritu de un muerto”. Probablemente la primera referencia en la literatura occidental sea Le zombi du grand Pérou, novela de 1697 del francés Pierre-Corneille Blessebois. Cien años después, en 1797, Médéric Louis Elie Moreau de Saint-Méry publicó Description topographique et politique de la partie espagnole de l'isle Saint-Domingue, libro sobre lo que hoy es Haití; allí usó la palabra "zombie" para referirse a los revenants: los aparecidos. El libro explicaba que en algunas partes de la isla los esclavos enterraban a sus muertos, cosa que tenían prohibido. Como lo hacían a las apuradas y no podían sepultarlos a demasiada profundidad, en ocasiones las inundaciones sacaban los cadáveres a la superficie. Es un gran origen para el mito.

El primer libro que parece haber tenido verdadera incidencia sobre la imaginación occidental fue La isla mágica, de 1929, obra del periodista y multifacético narrador William Buehler Seabrook sobre sus aventuras en Haití. Seabrook, de una pluma envidiable, no ahorraba detalles sobre magia negra, rituales vudú, banquetes de carne humana y sangre. El segundo capítulo de La isla mágica lleva un título bien explícito: “Muertos trabajando en los campos de azúcar”.

Después de todo, en Haití hay una ley de 1835 –todavía en vigencia- que prohíbe convertir a las personas en zombies. O al menos, es lo suficientemente ambigua como para dejar volar nuestra imaginación etnocéntrica: el artículo 246 del Código Penal Haitiano califica como intento de asesinato la administración de sustancias que provoquen un período de letargo prolongado.

La creencia del vudú afro-caribeño de que un bokor puede robarle el alma a alguien y convertirlo en esclavo fue siempre un asunto incómodo para las investigaciones médico-etnográficas. En 1937 la antropóloga norteamericana Zora Neale Hurston, discípula del Franz Boas y Ruth Benedict, dio con el caso de Felicia Felix-Mentor, quien había muerto en 1907 y a la que los pobladores todavía veían vagando por las calles de Haití. Hurston investigó el episodio bajo la premisa de que los rituales del vudú esconden un conocimiento aún ignorado por la medicina occidental (sus escritos sobre folklore son también célebres por haber cuestionado la construcción de las estructuras narrativas cuando se incluyen relatos orales: cuando uno la examina de cerca, empieza a pensar que su obra está más cerca de Virginia Wolf que de Margaret Mead).

Décadas después, el antropólogo y etnobotánico canadiense Wade Davis concluyó que los chamanes vudú pueden convertir a personas (vivas) en zombies usando dos tipos de polvo que ingresan al torrente sanguíneo regándolos en alguna herida. Los rituales solo son parte de la puesta en escena. Sugestión o algo semejante.

El primer polvo, coup de poudre, contiene tetradotoxina (TTX), una neurotoxina –la misma del fugu- que interfiere en la conductividad neuromuscular, produce parestesia, parálisis general y eventualmente lleva a la muerte (no se conoce antídoto). Una dosis semiletal puede dejar a una persona en estado de muerte aparente por varios días, aunque conciente; de ahí los relatos de quienes permanecen inmóviles mientras son enterrados. La tetradotoxina bloquea los canales de sodio en músculos y células nerviosas. Y, curiosamente, el folklore haitiano dice que para volver a un zombie a sus cabales hay que echarle sal.

El segundo polvo consiste en alucinógenos disociativos, como datura (plantas florales de la familia de las solanáceas), que hacen que la víctima parezca no tener voluntad propia. El caso más conocido es el de Clairvius Narcisse, un haitiano fallecido y enterrado en 1962, pero que un bokor convirtió en zombie y obligó a trabajar en una plantación junto a otros zombies-esclavos. El brujo murió en 1964 y entonces, ya sin su dosis de drogas pero con el cerebro frito, Narcisse pasó años vagando en el cementerio como todo buen zombie. Volvió con su familia en 1980.



Davis hizo dos libros con todo esto: La serpiente y el arcoiris (1985, llevado al cine por Wes Craven en 1988) y Passage of darkness: The ethnobiology of the Haitian zombie (1988), donde argumentó que la zombificación es una forma de control social de elites rurales secretas de ex-esclavos.

Las afirmaciones de Davis siguen tomándose con escepticismo en los círculos científicos. El farmacólogo C. Y. Kao, una autoridad en tetradotoxina, habló por entonces de “un premeditado caso de fraude científico”. El antropólogo Robert Lawless destacó en 1989 lo endeble de las investigaciones de Davis y destacó que sus libros -donde se describe casi como Indiana Jones- dieron pie a un nuevo insulto de Hollywood a Haití.

Por lo demás, no se sabe de ningún laboratorio que haya fabricado un zombie en sus instalaciones. Y ya lo dice el bien establecido principio científico: si no se puede replicar, no está demostrado.

El cine plasmó todas estas figuras de brujos, plantaciones, negros y esclavos en filmes como White zombie (1932), Revolt of the zombies (1936), King of the zombies (1941), Revenge of the zombies (1943), I walked with a zombie (1943), Voodoo man (1944), Zombies on Broadway (1945), Zombies of Mora Tau (1957), La plaga de los zombies (The plague of the zombies, 1966). Pero la película de Romero barrió esta tradición de un golpe: ya no había drogas, hipnosis, magos o plantaciones. Los muertos estaban muertos en serio, algunos no eran más que huesos podridos, los partían al medio y seguían andando. Nadie los controlaba –casi siempre eran producto de un experimento fallido- y su único interés era comerse a los vivos. No eran zombies, sino muertos vivos.

Estas criaturas hunden sus raíces en los ejércitos de muertos de la Baja Edad Media. Durante buena parte de su existencia el cristianismo no prestó demasiada atención a los muertos del montón: sólo importaban santos y mártires, los grandes hombres. Preocupada por el alma más que por el cuerpo de los fieles, la sepultura de los restos materiales no era como tirar la basura pero por ahí andaba. Recién hacia el siglo XI se puso mayor atención en cristianizar el culto a los muertos. La Fiesta de Todos los Santos, por ejemplo, se instituyó entre 1024 y 1033. En el siglo XII el cristianismo recuperó una creencia descartada en sus primeros siglos de vida: los aparecidos.

Y en la misma época, curiosamente (o no tanto), se multiplicó una figura casi desconocida hasta entonces: el ejército de los muertos.

Las apariciones colectivas de muertos inundan la literatura de ese período. Son viejas tradiciones que, más allá de pocas excepciones (alguna oscura alusión de Cornelio Tácito en Germania), apenas se mencionan en textos eclesiásticos anteriores al siglo XI. Durante los siglos XI-XII la Iglesia intentó cristianizar esta creencia, convertirla en una suerte de purgatorio ambulante: los muertos vagaban porque limpiaban alguna pena, porque no habían ganado aún su entrada al cielo. Pero entonces se inventó el purgatorio como “lugar” y los muertos ambulantes perdieron una buena razón de ser. ¿Qué pasará ahora, que el Papa Benedicto XVI estableció que el Purgatorio no existe como lugar? ¿Saldrán los zombies a jugar a la ronda, junto a los niños no bautizados?

En Historia eclesiástica, escrito hacia 1140, el cronista inglés Orderic Vital describió la aparición a un sacerdote normando de nombre Guachelme, en 1091, de un ejército de muertos al que llamó "Familia Herlechini": la mesnada Hellequin. En el siglo XII, sobre todo en Francia, se repiten relatos sobre la mesnada Hellequin. El poeta Helinando de Froidmont escribió: “El pueblo afirma que las almas de los muertos, llorando sus pecados, acostumbran a aparecer con sus ropajes de vivos: los campesinos vestidos de campesinos, los caballeros de caballeros...”.

Tiempo después se sumó la idea de que era el Rey Arturo quien guiaba a los muertos. El inquisidor dominico del siglo XIII Esteban de Borbón transcribió el nombre “popular” del ejército de los muertos: familia Allequin vulgariter vel Arturi. Ya por entonces no se hablaba de purgatorios ni de penas; el ejército de los muertos refería a una cacería demoníaca. La intervención de Borbón –que asocia el ejército de muertos a los demonios y lo relaciona con las tentaciones carnales- es parecida a la de Romero: rompe el género. A partir de sus definiciones, entre los siglos XIII y XIV se forma el concepto eclesiástico del aquelarre de las brujas.

Salto de siglos. Con su novela Drácula (1897), Bran Stoker popularizó el término no-muerto (undead) y aunque los muertos vivos son no-muertos, no todos los no-muertos son muertos vivos: hay vampiros, momias y engendros varios (la criatura de Frankenstein, por ejemplo, a pesar de estar hecha de cadáveres, no es un muerto vivo). H. P. Lovecraft escribió varias historias sobre no-muertos (la más conocida, “Herbert West: reanimador”, sobre un estudiante de medicina que inventa una fórmula reanima-cadáveres; la versión cinematográfica de 1985, Re-animator, dirigida por Stuart Gordon, ya es de culto).

Y en 1954 se publicó Soy leyenda, novela del norteamericano Richard Matheson sobre la tediosa vida de Robert Neville, el supuesto último humano del planeta, sobreviviente a una pandemia bacteriológica y rodeado de zombies-tipo-vampiros que salen por la noche. Tuvo dos versiones no oficiales en cine: El último hombre sobre la tierra (The last man on Earth, 1964), con Vincent Price, y The Omega man (1971), con Charlton Heston. Y una versión oficial, entretenida aunque no muy fidedigna del texto de Matheson: Soy leyenda (I am legend, 2007), con Will Smith interpretando un Robert Neville tan negro como el Ben de La noche de los muertos vivientes.



Y aunque zombies y muertos vivos respondan a dos tradiciones diferentes, en general los términos son sustituibles: zombie es la manera graciosa de llamar a los muertos vivos.

La entrada oficial de la palabra “zombies” al canon de muertos vivos (menos ñoñamente: la primera vez que se habla de “zombies” en la saga de Romero) sucede recién en Tierra de los muertos (2005). Paul Kaufman (interpretado por Dennis Hopper), un empresario despiadado que dirige la ciudad feudal amurallada y marcadamente estratificada, exclama:

- ¡Zombies, viejo! ¡Me ponen los nervios de punta!

1 comentario:

  1. BUeno, en realidad el origen del cine zombie se remonta a los años 30's con las películas de vampiros. En varias de ellas el vampiro más poderoso atrapaba a sus víctimas después de morderlas y les quitaba su voluntad. Estos primeros zombis se parecen más a los tradicionales del voodoo en los cuales hay un ente poderoso que manipula a su antojo. No son muy parecidos a los zombis de los sesentas en adelante, pero fueron los primeros en el cine. Veré si consigo alguna peli. Aaaaaaa, tengo un documental que puede funcionar.

    Danilo

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