martes, 4 de mayo de 2010

Equidna


La señora tiene más de 60 años. Está sentada del lado de la ventana, en la fila que va detrás del asiento del chófer del autobus. Tiene las dos manos juntas sobre su regazo, hombros relajados y mentón sobre su pecho. Parece una antigua estatuta, no solo por la postura que tiene, sino por la profundidad de las arrugas que se alcanzan a ver en su rostro. Líneas hondas que van marcando sucesivos abultamientos de piel sobre frente y mejillas. De las comisuras de sus labios se desprenden finas líneas como aquellas que aparecen en la pintura resquebrajada. Va dormida, como en un reposo en el que se concentra toda su energía vital, como esperando que una de sus arrugas cobre vida y crezca como una grieta en un dique hasta romper las paredes de su cuerpo y explotar con todos los fluidos que corren en su interior y una montaña de vísceras sobre su asiento que los demás pasajeros contemplarán con horror.

Pero nada ocurre. La vieja sigue en su impaciente inmovilidad. Hay en ella esa quietud salvaje que tienen los cuerpos alunados.

Un ojo se abre. Todo el espacio del bus queda contaminado por ese gesto. El ojo glauco emerge de su sopor y gira sobre sí mismo para abarcar a cada persona a su alrededor.

2 comentarios:

  1. creo haber visto ancianas así, sea que hables de algo imaginario o de algo que verdaderamente presenciaste. creo que jung las llama encarnaciones del arqutipo de la "anciana temible". a mí por el contrario no me causan miedo, muchas de ellas son creaciones de una absurda sociedad que genera cosas terribles como poder comer si quiera y llegar a la vejez indignamente..

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Habla y te salvas