sábado, 12 de junio de 2010

Atrabilis

Caminas por la ciudad después del aguacero. El aire limpio y la humedad de las cosas. Has decidido que quieres suicidarte. Buscas al tipo que te ofreció un revólver barato y un par de balas. Te espera unas cuadras más adelante. Tienes miedo, pero el impulso de muerte termina venciendo siempre a los instantes de vacilación. Sabes que nada te espera del otro lado. Un vacío perpetuo en tu conciencia extinguida. No habrá memoria. Tu pequeño ego se disolverá con el sonido de la detonación. Pero de pronto has descubierto que ese abismo definitivo es absolutamente deseable, incluso más que seguir viviendo. Tampoco se trata de una decisión abusiva: tarde o temprano deberás morir, experimentar lo inexperimentable.

El tipo te espera junto a unas escaleras. Le pides el arma y te responde que él lo puede hacer por ti, que no tiene problema en poner una bala en tu cerebro, pero no aceptas. Quieres hacerlo tú mismo. Notas, a partir de la cabeza rapada, la fiereza de su rostro y la profunda línea vertical que divide su frente, que el siniestro vendedor es Vladimir Mayakovski, el capitán del barco que se estrelló contra la vida cotidiana. Un ángel suicida que ha venido a acompañarte.

Si esto fuese una película, despertarías con el arma bajo tu almohada y la sensación de muerte continuaría en la vigilia. Pero no es así. Tienes un arma junto a la sien. Nunca tu pulso estuvo más firme. Nunca tuviste tanto miedo. Caer. Abismarse dentro de todos los sueños y caer. Seguir cayendo hasta el infinito. La muerte tiene su camino: el espacio entre el tambor del revólver, el cañón y tu cerebro. El infinito dentro de una pistola.

4 comentarios:

  1. Bien, carajo. Buen texto.

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  2. Excelente texto.... visitare este rincon polvoriento seguidamente... saludos oscuros...!!!

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  3. La inmortalidad en un segundo de adrenalina... Two thumbs up amigo!

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