domingo, 3 de julio de 2011

Proxeneta


Mete las manos en las vulvas de las mujeres y les irrita los ovarios, rascando con sus uñas ennegrecidas. Les hace entender que un día les arrancará las entrañas y que en adelante ese orificio apestoso es solo suyo y se alquila por 20 pesos.

No necesita repetirlo. Se acuesta a esperar sus ganancias. A medida que avanza la noche, ellas van llegando con el porcentaje. Si intentan estafarle, el Proxeneta lo advierte en seguida y les abofetea. Cuenta los billetes dos veces y casi siempre las despide fríamente. Pero a veces está de humor o siente lástima, y entonces les da un beso que les hincha la boca y les hace sangrar los labios. Las desviste y somete allí mismo. Eyacula en la vulva o en el ano cuando quiere halagarlas.

Si hay problemas, se levanta para aplastar las narices de los que no pagan, y los muchachos se echan a llorar cuando les amenaza con meterles la bota entre las costillas.

Otros son más avezados y es necesario advertirles que les romperá las piernas o les clavará una bala. El Proxeneta nunca ha matado a nadie, pero una vez se vio obligado a extraer una vara de hierro oxidado del recto de un hombre.

Se le cree de mal corazón, aunque en realidad es compasivo e indulgente. Está hecho de carne y hueso. Cuando ama a una mujerzuela, se encierra noches enteras a emborracharse para forzarse a olvidarla. Entonces el sufrimiento se diluye en el alcohol, como los corazones vacíos que se guardan en frascos y que han perdido ya toda la sangre.

Pero a veces quisiera pasarse toda la noche con una o dos de ellas, y besarlas en la frente y en los párpados, y acostarse tranquilamente y mirar la televisión. Incluso podría ventosearse en paz y cerrar por fin ambos ojos… Hasta le gustaría sacar los billetes y pagar el doble de lo acordado.
Pero jamás lo hará, porque ellas son peligrosos como culebras o gatos. Sacarían las uñas y le perderían el respeto. Se aprovecharían como hacen todas las putas, que mienten y traicionan y son ociosas y muerden al que les da de comer. Por eso no se da ese lujo y cuando se ajusta los anillos piensa que en justicia debería partirles la boca.

Sin embargo se retiene. A veces siente deseos de suplicar, y se mira el reloj que brilla, y se huele a sí mismo y la colonia es como un mensaje incomprensible que le llena de ira. No quiere mirarse al espejo, pero le es necesario acicalarse, pues no es ningún patán. Entonces le dan ganas de fumar y de pronto llega otra ramera.

La toma por los cabellos y ella se postra ante él, que es ya como un Santo.

Levanta la mano y una luz celestial le habita la piel del rostro, como en una transfiguración. Los golpes no son brutales. Son como besos o pedradas, y resuenan en la penumbra de la habitación. Algún cliente asombrado pagará alguna vez para ver cómo les pega.

Cuando todo termina, el Proxeneta deja que ella sea la primera en usar el baño. Le da miedo perder la fuerza cuando sea viejo, pues las putas se alimentan de la debilidad de los hombres y nunca envejecen. Llegará un momento en el que se desquitarán de sus golpes. Entonces él comprará más anillos, de brillante acero y de oro, y un día nacerá un Hijo que al crecer le defenderá de las putas.

Él lo salvará, hincando una fría cuchilla en el corazón enorme de su Padre.

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